En la década de 1920, la electricidad formaba parte de la vida cotidiana, pero magnetizaba los relojes y afectaba a su precisión.
Para solventar este problema, la marca lanzó en 1930 el primer reloj de pulsera antimagnético del mundo.
El laboratorio suizo de investigación relojera de Neuchâtel, una entidad independiente del sector, solicitó numerosos estudios científicos que corroboraron los excelentes resultados del Tissot Antimagnétique.
Para comprobar las propiedades amagnéticas de sus relojes, Tissot instaló en su centro de producción el equipamiento más vanguardista de la época, incluido un crono-electroimán. Este excepcional dispositivo, encargado en 1938, permitía a los técnicos generar campos magnéticos de intensidad variable.
Esta innovación, que supuso más de una década de investigación, se fue aplicando gradualmente a toda la colección de Tissot.